P. Antonio
Rivero, L.C.
Textos: 1
Samuel 16, 1. 6-7.10-13; Efesios 5, 8-14; Juan 9, 1-41
Idea principal: La ceguera
del cuerpo y la ceguera del alma. Cristo es la luz para ver.
Resumen del mensaje: En su
encuentro con la samaritana, Jesús nos habló del misterio de la vida
sobrenatural por medio del símbolo del agua (domingo pasado). Hoy nos habla de
la victoria de la luz divina sobre las tinieblas del pecado por medio del
símbolo de la enfermedad y de la ceguera (evangelio). Sólo así, curados
de la ceguera, viviremos como hijos de la luz y daremos frutos de luz:
bondad, justicia, pureza, caridad y verdad (segunda lectura). Sólo así
conservaremos la unción de nuestro bautismo donde Dios nos hizo partícipe de su
gracia y nos abrió los ojos a su luz, librándonos de la ceguera (primera
lectura).
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, la
Cuaresma es un llamado a hacer una buena confesión de nuestros pecados, pues
ellos son la causa de nuestra ceguera espiritual. El pecado nubla y
ofusca nuestra mente, mancha y prostituye nuestra afectividad, y debilita
nuestra voluntad. Y así enfermamos de ceguera espiritual, de apatía
anímica y de depresión, como ese ciego de nacimiento (evangelio), que estaba
tirado afuera del templo pidiendo limosna. Jesús exige acercarnos a Él con fe,
gritar con confianza y obedecerle cuando nos manda bajar a bañarnos en la
piscina de Siloé de la confesión. Este ciego, ya curado de la ceguera,
tiene un proceso de visión impresionante: primero confiesa a Jesús como
“ese hombre”; después lo reconoce como “profeta”; y finalmente, como Dios. Se
abrió al don de la fe que Jesús le ofreció.
En segundo lugar, Jesús
presenta su misión salvífica como un dramático conflicto entre la luz y las
tinieblas. El mundo malvado se esfuerza por apagar la Luz de Cristo, porque los
hombres que lo integran prefieren las tinieblas a la luz, ya que sus obras son
malas. La hora de la pasión que viviremos en la Semana Santa es la “hora de las
tinieblas” por antonomasia. Nosotros tenemos que ser hijos de la luz y por ello
caminar en la luz (segunda lectura). Tenemos que acudir a esa piscina de Siloé
que es la confesión, para que Cristo nos cure de la ceguera espiritual,
que nos impide ver las cosas desde Dios y como Dios. Sólo los fariseos de
corazón seguirán ciegos, porque no quieren aceptar a Jesús. Engreídos, no
quisieron dejarse iluminar por Jesús. Creían ver, poseer el recto conocimiento
de Dios; pero en realidad, al cerrar los ojos a la luz, que es Cristo, van a su
perdición. En cambio, el ciego, imagen del hombre sencillo y recto, se abre a
la fe, recuperando la vista; así reconoce a Jesús como salvador, y se salva.
Finalmente, cada uno
de nosotros debemos acercarnos a Cristo Luz que quiere iluminar nuestra vida,
nuestra alma, nuestros proyectos, nuestras empresas. Cristo quiere curarme de
mi hipermetropía, de mi presbicia, de mi miopía, de mi daltonismo. Sólo debo
acercarme a la confesión, confesar mis pecados, aceptar su perdón y salir con
una vida nueva, con ojos curados. “No hay peor ciego que el que no quiere ver”.
Para
reflexionar: ¿nos dejamos penetrar por la luz de Cristo? ¿Nos reconocemos ciegos
de nacimiento, por culpa del pecado? ¿Cada cuanto nos confesamos? ¿Llevamos la
luz de Cristo a nuestros hermanos que están todavía ciegos? ¿Qué frutos de luz
estamos dando a nuestro alrededor?
Para rezar:
Señor, cúrame de mi ceguera interior. Ponme el colirio de tu gracia para que
pueda ver tu mano en todas las cosas y tu imagen en mis hermanos. Y al mismo
tiempo, pueda vislumbrar desde lejos las tretas oscuros de los enemigos de mi
alma y huir de ellos. Tú eres mi Luz, y en tu luz caminaré siempre. Quiero
cantar con el salmo 26: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?”. Amén.