P. Antonio Rivero, L.C.
Ciclo A Textos: Génesis 12, 1-4; 2 Timoteo 1,
8-10; Mateo 17, 1-9
Idea principal: pedagogía de la fe, es decir, el modo como Dios
nos comunica sus misterios durante nuestro peregrinar terreno.
Resumen del mensaje: en esta Cuaresma, Cristo nos invita a subir con Él
al monte Tabor donde nos revelará su gloria y su belleza, y nos dará ánimo
antes de subir la escalada del Calvario (evangelio). Sólo a través de la fe
podemos descubrir, sin escandalizarnos, la divinidad de Jesús a través de su
humanidad sufriente (segunda lectura). Como sólo gracias a la fe, Moisés
se fió de Dios y salió de su tierra cómoda y fértil para comunicarle el Señor
sus misterios y su plan (primera lectura).
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, la cuaresma es una invitación de Dios para dejar,
como Abraham, nuestro “modus vivendi” tranquilo, cómodo y sosegado, y
echarnos al camino guiados por la luz de la fe y subir al monte santo de
la Pascua, no sin antes pasar por el doloroso sendero de la cruz de Cristo. Esa
luz de la fe es suficientemente clara como para guiarnos por el recto
camino que Jesús nos ha trazado para llegar a la vida eterna. Y es, asimismo, suficientemente
oscura para que tengamos mérito en el creer, para que podamos desplegar
libremente nuestra confianza en su palabra, aun cuando aquello que Dios nos
pida nos resulte humanamente incomprensible.
En segundo lugar, sólo desde la fe tendré en este domingo un
encuentro místico con Cristo en el Tabor donde Él se me revelará en todo su
esplendor y encanto, como lo tuvieron estos tres apóstoles íntimos, Pedro
Santiago y Juan. Montemos el cuadro escénico: una montaña y una noche, luz y
sonido, tres espectadores, dos actores y un protagonista, Jesús. Argumento de
la obra: la divinidad de Dios. Título de la obra: Jesús es Dios. Cayó el telón.
Esta experiencia mística también la tuvo Ignacio de Loyola: “Muchas veces y
por mucho tiempo, estando en oración, veía con los ojos interiores la humanidad
de Cristo y la figura, que le parecía era como cuerpo blanco”
(Autobiografía III,29), “como sol” (ib. XI,99). “Si no hubiese
Escritura que nos enseñase estas cosas de la fe, él –Ignacio- se determinaría a
morir por ellas, solamente por lo que ha visto” (ib.).
Finalmente, necesitamos este encuentro místico con Cristo, como
Pedro, Santiago, Juan, Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús, Teresa de Calcuta.
Desde la fe, claro. Lo necesitó Moisés para acaudillar al pueblo de Israel
de Egipto a Palestina por cuarenta años de desastres, batallas, crisis
religiosas, castigos de Dios, fidelidades de Dios…Lo necesitó Ignacio de Loyola
para fundar la Compañía de Jesús contra viento y marea de príncipes, teólogos y
Papas. Lo necesitaban esos tres apóstoles que en unos meses entrarían con Jesús
en Getsemaní y se escandalizarían de Él y lo dejarían solo. Y sólo después de
la Resurrección renovaron esta fe en Cristo Dios que brilló en el Tabor.
Y yo necesito de este encuentro místico para no descafeinar la religión
buscando achicorias, malta y demás sucedáneos de la fe.
Para reflexionar: ¿Cómo está mi fe
en Cristo? ¿Mi fe sigue firme también cuando vea a Jesús ultrajado y
colgado en la cruz? ¿Me espantan los silencios de Dios? Sube a la mística de la
oración, no te quedes en el llano. Y después baja al llano, lleno del
resplandor místico de Cristo, hecho caridad y ternura, como ama dice el papa
Francisco.
Para rezar: Señor, invítame a
subir al monte Tabor, envuélveme en tu luz y abre mis oídos para escuchar la
voz del Padre que me dice: “Este es mi Hijo muy amado, escuchadlo”. Y después
de haber hecho esta experiencia en la fe, bajar del monte para contagiar la luz
de mi fe a mis hermanos. Amén.