4/01/17

‘Imploremos a Dios el don de la reconciliación y de la unidad’




Queridos Hermanos, Gentiles Señoras y Señores, os recibo con gusto y os saludo cordialmente. Agradezco al Padre Bernard Ardura sus palabras, con las que ha resumido el sentido de este Congreso sobre Lutero y su reforma.
Os confieso que el primer sentimiento que tengo ante esta loable iniciativa del Pontificio Comité de Ciencias Históricas es un sentimiento de agradecimiento a Dios, acompañada también por un cierto asombro, al pensar que no hace mucho tiempo un congreso de este género habría sido del todo impensable. Hablar de Lutero, católicos y protestantes juntos, por iniciativa de un organismo de la Santa Sede: verdaderamente tocamos los frutos de la acción del Espíritu Santo, que supera toda barrera y transforma los conflictos en ocasión de crecer en la comunión. Del conflicto a la comunión es precisamente el título del documento de la Comisión Luterano–Católica Romana para la conmemoración común del quinto centenario del inicio de la Reforma de Lutero.
Me alegra saber que esta conmemoración ha ofrecido a estudiosos procedentes de varias instituciones la oportunidad de mirar juntos esos eventos. Profundizaciones serias sobre la figura de Lutero y su crítica a la Iglesia de su tiempo y al papado contribuyen ciertamente a superar aquel clima de mutua desconfianza y rivalidad que por demasiado tiempo en el pasado caracterizó las relaciones entre católicos y protestantes. El estudio atento y riguroso, libre de prejuicios y polémicas ideológicas, permite a las Iglesias, hoy en diálogo, discernir y asumir lo positivo y legítimo de la Reforma, y tomar distancia de errores, exageraciones y fracasos, reconociendo los pecados que llevaron a la división.
Todos somos bien conscientes de que el pasado no puede cambiarse. Sin embargo, hoy, después de cincuenta años de diálogo ecuménico entre católicos y protestantes, es posible hacer una purificación de la memoria, que no consiste en realizar una imposible corrección de lo sucedido hace quinientos años, sino en «contar esa historia de modo diverso» (Comisión Luterano–Católica Romana por la unidad, Del conflicto a la comunión, 17-VI-2013, 16), ya sin restos de aquel rencor por las heridas padecidas que deforma la visión que tenemos los unos de los otros. Hoy, como cristianos, todos estamos llamados a liberarnos de los prejuicios a la fe que los otros profesan con un acento y un lenguaje distinto, a intercambiarnos mutuamente el perdón por las culpas cometidas por nuestros padres e invocar juntos de Dios el don de la reconciliación y de la unidad.
Mientras acompaño con la oración vuestro valioso trabajo de investigación histórica, invoco sobre todos nosotros la bendición de Dios omnipotente y misericordioso. Y os pido, por favor, que recéis por mí. Que Dios nos bendiga a todos. Gracias.