Tres veces, en el Evangelio de hoy (Jn 8,21-30), dice Jesús a los fariseos: Moriréis en vuestros pecados,
porque tenían el corazón cerrado y no entendían ese misterio que era el
Señor. Morir en el propio pecado es algo muy feo. En el diálogo con
ellos, Jesús les recuerda: Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que “Yo soy”, y que no hago nada por mi cuenta.
Jesús se refiere a lo que pasó en el desierto, narrado en la Primera
Lectura (Nm 21,4-9), cuando el pueblo que no podía soportar el camino,
se alejó del Señor y empezó a murmurar contra Moisés y contra el Señor.
Entonces llegaron las serpientes que, al morder, provocaban la muerte. Y
el Señor dijo a Moisés que hiciera una serpiente de bronce y la pusiera
en un palo: quien fuese mordido y la mirase, se curaría. La serpiente
es el símbolo del diablo, el padre de la mentira, el padre del pecado,
el que hizo pecar a la humanidad. Y Jesús recuerda: Cuando yo haya sido elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí
(Jn 12,32). Ese es el misterio de la cruz. La serpiente de bronce
curaba, pero era signo de dos cosas: del pecado hecho por la serpiente,
de la seducción de la serpiente, de la astucia de la serpiente; y
también era señal de la cruz de Cristo. Era una profecía.
Jesús se hizo pecado, como dice San
Pablo, y cargó sobre sí todas las inmundicias de la humanidad, se hizo
levantar para que toda la gente herida por el pecado, lo mirase. Y el
que no reconozca en ese hombre elevado la fuerza de Dios, que se hizo
pecado para curarnos, morirá en su pecado. La salvación solo viene de la
cruz, pero de esa cruz que es Dios hecho carne. No hay salvación en las
ideas, no hay salvación en la buena voluntad, ni en las ganas de ser
buenos… No. La única salvación está en Cristo crucificado, porque solo
Él, como la serpiente de bronce significaba, fue capaz de tomar todo el
veneno del pecado, y allí nos curó. Pero, ¿qué es la cruz para nosotros?
Sí, es la señal del cristiano, el símbolo de los cristianos. Y hacemos
el signo de la cruz, aunque no siempre lo hacemos bien, a veces hacemos
así (hace un garabato). Porque no tenemos esa fe en la cruz. Otras veces, para algunas personas es un distintivo de pertenencia: Sí, yo llevo la cruz para mostrar que soy cristiano.
Eso está bien, pero no solo como distintivo, como parte un equipo, como
quien lleva el escudo de su equipo, sino como memoria del que se hizo
pecado. Hay otros que llevan la cruz de adorno, algunos llevan cruces
con piedras preciosas para hacerse ver.
Dios dijo a Moisés: quien mire la serpiente será curado. Jesús dice a sus enemigos: cuando levantéis al Hijo del hombre, entonces conoceréis.
Quien no mira la cruz, así, con fe, morirá en sus pecados, y no
recibirá la salvación. Hoy la Iglesia nos propone un diálogo con este
misterio de la cruz, con este Dios que se hizo pecado, por amor a mí. Y
cada uno puede decir: Por amor a mí. Podemos pensar: ¿cómo
llevo yo la cruz? ¿Como un recuerdo? ¿Cuando hago la señal de la cruz,
soy consciente de lo que hago? ¿Cómo llevo yo la cruz? ¿Solo como un
símbolo de pertenencia a un grupo religioso? ¿Cómo llevo yo la cruz?
¿Como adorno? ¿Como una joya, con muchas piedras preciosas, de oro? ¿He
aprendido a llevarla sobre los hombros, donde duele? Que cada uno
mire hoy el Crucifijo, mire ese Dios que se hizo pecado para que
nosotros no muramos en nuestros pecados, y responda a esas preguntas que
os he sugerido.