Salvador Bernal
Aunque existen indicios, no acaba de producirse una extendida y positiva actitud de diálogo interreligioso en el orbe musulmán
Las referencias del papa Benedicto XVI a la necesidad de emplear la razón para el conocimiento religioso (la famosa lección de Ratisbona, el 12 de septiembre de 2006),
siguen siendo plenamente actuales. Porque el fideísmo −excepcional en
el mundo cristiano; muy extendido en el islámico− puede derivar
fácilmente en fundamentalismo; además, la radicalidad ampara sin fisuras
acciones violentas para la defensa de las creencias, aunque no lleguen a
transformarse en específicas acciones terroristas.
En la esfera católica, quedó clara la
necesidad del diálogo interreligioso en el Concilio Vaticano II. Más
problemático resulta en otras confesiones. En el caso musulmán, no se
sabe bien si la débil aproximación racional a la fe forma parte de una
tradición coránica inconmovible, o se ha ido agudizando con el declive
económico, cultural y social de tantos países, sometidos al colonialismo
o a los protectorados occidentales.
En la práctica, se han justificado en
nombre de la religión abundantes actos de intolerancia, discriminación,
marginación y persecución. El fundamentalismo justifica también un
ejercicio del poder político no precisamente democrático, soporte de
violaciones a la libertad de la religión y de las conciencias.
Por eso, son bienvenidas noticias como la difundida por la agencia Fides
el pasado 11 de marzo: líderes cristianos, musulmanes e hindúes,
después de una reunión especial de la Comisión nacional de diálogo
religioso, celebrada en Lahore −marco histórico de gravísimos
conflictos−, deploraron “el uso indecente de los medios sociales para
ofender a personas sagradas a través de dibujos y caricaturas”, y
renovaron el llamamiento a los fieles de todas las comunidades
religiosas, para que “mantengan respeto por todas las figuras sagradas,
pertenecientes a las diferentes tradiciones religiosas”. Han puesto en
marcha, además, la campaña “Vota por la paz”, para contrarrestar la ola
de terrorismo que ensangrienta el país.
De momento, no prospera la reforma penal
que afectaría a la injusta ley contra la blasfemia. Tampoco, en
Indonesia, el país con mayor número de musulmanes. Aquí, además, según
el Wahid Institute, centro de estudios fundado en Yakarta el año
2004, que publica informes sobre libertad religiosa desde 2008, la
violencia contra las comunidades religiosas y los abusos contra la
libertad religiosa se han incrementado en 2016. La mayoría de las
violaciones se perpetraron por agentes estatales; otras, por diversos
entes privados, organizaciones, individuos o grupos de ciudadanos.
Incluso, en el Marruecos reformista de Mohamed VI,
donde se ha prohibido producir y vender el burka −vestido que cubre
completamente a la mujer−, sigue vigente teóricamente la pena de muerte
para los apóstatas del Islam. Ciertamente, allí se celebró otra
conferencia internacional para la protección de las minorías religiosas,
que aprobó la llamada Declaración de Marrakech, firmada en enero
de 2016 por doscientos cincuenta eruditos islámicos. Pero no parece
haber tenido demasiada aplicación efectiva.
No obstante, se continúa trabajando.
Acaba de celebrarse en El Cairo una conferencia sobre “la libertad y la
ciudadanía, la diversidad y la integración”, organizada por la
Universidad de Al Azhar (sunita) y por el Consejo de los sabios
musulmanes (organismo con sede en Abu Dabi): los más de 600
participantes (políticos, académicos, líderes religiosos cristianos y
musulmanes, procedentes de 50 países), firmaron la “Declaración de
convivencia recíproca islámico-cristiana”: condena el uso de la
violencia en nombre de la religión e indica como principio de ciudadanía
el criterio que debe aplicarse para garantizar la convivencia pacífica y
fructífera entre personas de diferentes religiones y comunidades
religiosas.
Se comprende que, el pasado diciembre, el imán de Al Azhar visitase al patriarca copto Tawadros II,
para manifestar su condolencia tras la masacre sufrida en una capilla
anexa a la catedral de san Marcos, en la que murieron varias decenas de
personas. A pesar de todo, no cesa la violencia de los extremistas
islámicos contra personas y lugares de culto coptos. Por otra parte,
ante el anuncio de un posible proyecto de ley para que cristianos
estudien en Al Azhar, se considera utópico: haría falta una familiaridad
con el Corán “imposible para los que no pertenecen a la Umma de Mohammad”.
Ya se ve que el camino del diálogo se
presenta largo y tal vez agotador. Hace falta cubrir demasiadas etapas
−nada fáciles− en los principales países islámicos, para que se pueda
hablar de un respeto efectivo de la libertad religiosa y los derechos
humanos.