Enrique Díaz Díaz
Domingo de
Pascua
Hechos 10,
34.37-43: “Hemos comido y bebido con Cristo resucitado”
Salmo 117: “Éste es el día del triunfo del Señor”
Colosenses 3, 1-4: “Busquen los bienes del cielo, donde está Cristo”
Salmo 117: “Éste es el día del triunfo del Señor”
Colosenses 3, 1-4: “Busquen los bienes del cielo, donde está Cristo”
San
Mateo 28, 1-10: “Ha resucitado e irá delante de ustedes a Galilea”
¡Resucitó! Es el grito de los cristianos
ante un mundo de muerte y corrupción. ¡Resucitó! Es la luz que ilumina
resplandeciente nuestras noches y oscuridades. ¡Resucitó! Es la esencia del discípulo:
vida, luz y paz en el corazón. ¡Cristo está vivo! Con su vida nos da nueva esperanza.
Después de los días aciagos,
solamente unas mujeres encuentran la fuerza suficiente para encaminarse hacia
el sepulcro la mañana del primer día. Las únicas que soportaron el tormento de
contemplar a Cristo en la cruz, son las mismas que ahora quieren contemplar el
sepulcro de quien tanto amaban. Ha transcurrido el sábado, día del reposo y
tiempo sagrado para los judíos, que ahora se vuelve tiempo viejo como el sepulcro
que pretende mantener encerrada la vida. Parecería que triunfa la muerte y con
ella aquellos que han crucificado a Jesús. Las dos mujeres buscan un sepulcro,
pero encuentran una tumba vacía. Quieren despedir al muerto y encuentran al
Cristo Vivo. Esperan cerrar un capítulo doloroso en su vida y encuentran una
nueva misión: proclamar la Resurrección y la Vida. Estas mujeres fieles, que no
abandonaron a Jesús y que regresaron para terminar lo que había faltado en el
funeral, se convierten en las primeras testigos de la Resurrección. Ahora ellas
tienen una mayor responsabilidad: son constituidas testigos con pleno derecho,
aunque los discípulos opongan resistencia para aceptarlo. Nosotros también nos
hemos acercado en esta noche de Vigila Pascual al acontecimiento más grandioso
de nuestra vida, a la experiencia más trascendental para cada uno de nosotros:
experimentar la vida de Cristo Resucitado en nuestra propia vida.
Inicia un tiempo nuevo. Atrás ha
quedado el sábado y ha iniciado el primer día de una nueva era: la era de la
vida, del amor y del triunfo. Atrás han quedado las normas, las leyes y los
temores; se inicia el tiempo de la vida y este día se convierte en el primer
“domingo”, “día del Señor”. “No teman”, son las palabras del Ángel que inauguran
este nuevo tiempo y que en todo el camino pascual se repetirán constantemente,
primero en negativo y después en positivo: “La paz esté con ustedes”. Porque la
resurrección de Jesús no solamente vence los temores sino que produce la paz.
La alegría es un eje constante para quien ha sido llamado a anunciar la
resurrección. La verdadera alegría, la que contagia, la que vence las dudas, la
que produce armonía en el corazón, la que supera los temores. Todo se hace
nuevo y diferente. El ángel con sus palabras les confirma con certeza lo que
ellas buscaban: “Jesús, el crucificado”, pero las reconduce por un camino muy
diferente: “No está aquí”. Sí, el crucificado, el fracasado, el abandonado, no
está aquí. Es cierto que es el mismo Jesús pero que ahora ha sido transformado
en el Cristo Glorioso. Pueden cerciorarse buscando en la tumba vacía, pero no
pueden ahora permanecer indiferentes, ahora deben anunciar a todo el universo:
“Ha resucitado, como lo había dicho”.
También a nosotros nos invita el
Ángel a cerciorarnos de que es Jesús el crucificado, el colocado en la tumba,
pero que esa tumba vacía está proclamando su resurrección. No podemos tampoco
nosotros quedarnos indiferentes. Si Cristo está vivo necesitamos proclamarlo.
No podemos quedarnos en los temores, en las cruces de injusticia, necesitamos
manifestar la vida. Hoy también muchas mujeres, y muchos hombres, deberían ser
informados que Jesús, el Crucificado, no se encuentra en la tumba. Hay quienes
siguen cargando una cruz sin sentido, hay quienes llevan el sufrimiento a
cuestas sin ilusión, como si Cristo no hubiese resucitado. Y el sufrimiento, la
cruz y el sepulcro sólo tendrán sentido si se ha experimentado la Resurrección
de Cristo. Si no, nos producirán un sentido fatalista de fracaso y se perderá el
sentido de la propia existencia. Tan trascendental es el experimentar a Cristo
vivo.
Con “temor y alegría” las dos Marías
se encaminan presurosas a cumplir su tarea. No es ya el temor que paraliza,
sino el temor que dinamiza y la alegría que impulsa. No las detiene el hecho de
que sean mujeres, pequeñas y su palabra considerada de poco valor. Cuando la
vida en el interior estalla no importa si los demás les creerán y se manifiesta
espontáneamente. Se ponen en camino, de prisa como lo había dicho el ángel. La
vida tiene que anunciarse y la luz tiene que difundirse, no se puede quedar
guardada en el corazón. Que la felicidad cuanto más se difunde, más se
acrecienta. Es curioso que tanto el ángel, como después Jesús, las envían a
Galilea como si se tratara de regresar a los inicios y a la pequeñez. No es
vivir en el pasado, sino recobrar las raíces de toda una experiencia de vida.
No es en el sepulcro ni en la muerte donde encontrarán a Jesús, sino en la
lucha diaria en pro de la vida, en los olvidados y pequeños, ahí es donde Jesús
se hace presente. El mundo no puede ni debe ignorar la Resurrección de su
Señor, a todos debe darse la oportunidad de conocer que Jesús ha sido
resucitado porque en su Resurrección todos encontraremos la vida. Y Galilea, la
región abandonada, pobre y gentil, se convierte en centro que irradiará la
nueva luz, porque Jesús allí inició su proyecto de salvación.
Se expande por doquiera la noticia y
tiene que hacerse presente también en nuestros días. También a cada uno de sus
discípulos se le dan las pistas de esta nueva forma de generar vida. También
somos enviados a Galilea porque ahí se descubre la presencia de la alegría
pascual: donde se hacen presentes el servicio, el amor fraterno y las
bienaventuranzas. Cristo está vivo en medio de los pobres que comparten
generosamente lo que tienen, donde la gente sufre pero es capaz de esperanza,
de fiesta y de alegría. Tendremos que proclamar con entusiasmo la alegría de
que Cristo ha resucitado pero también tendremos que ser capaces de descubrirla
y hacerla germinar en todos los sitios de las nuevas galileas de nuestros
tiempos. Sí, el Señor se nos mostrará en cada momento de nuestra vida
cotidiana, en la Galilea humilde de nuestros hogares, en el trabajo de los
pobres, al lado de los marginados. Hoy proclamemos a grito abierto: ¡Ha
resucitado el Señor!
Dios nuestro, que por medio de tu
Hijo venciste a la muerte y nos has abierto las puertas de la vida, concédenos
defender, cuidar y vivir una vida plena. Amén.