Isaías 50, 4-7: “No aparté mi rostro de los insultos, y sé que no quedaré avergonzado”
Salmo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
Filipenses 2, 6-11: Cristo se humilló a sí mismo, por eso Dios lo exaltó”
Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Mateo (26, 14- 27, 66)
¿Qué le dirá la imagen de Jesús, tan pequeño, tan
humilde, montado en un burrito a un mundo de tecnología, de poder, de
ambición, de terrorismo y de prepotencia? Las ramas cortadas al pasar,
los mantos ofrecidos con generosidad y los corazones dispuestos a
recibir a Jesús podrían ser los auténticos signos de un mundo, que igual
que Sión, busca encontrar la paz, la verdad y la justicia.
Jesús es el único rey que puede darnos la paz. San
Mateo nos narra una sola visita de Jesús a Jerusalén y la coloca como
el centro de toda su actividad evangelizadora y la manifestación del
verdadero mesianismo de Jesús. La figura de Jesús montado en un burrito
debería contrastar enormemente con los gritos de júbilo proclamándolo
como Hijo de David. Todas las expectativas que señalaban al Mesías como
un rey poderoso y fuerte, que con espada y lanza liberaría a Israel de
todos sus enemigos, se ven ridiculizadas cuando Jesús se presenta
“montado en un burro, en un burrito, hijo de animal de yugo”. Y si por
un lado se anima a Sión manifestándole que viene “su rey” que le
procurará la paz, por otro lado toda la humildad y sencillez con que
Jesús entra en Jerusalén nos manifiestan el verdadero camino de la paz.
Jesús ofrece una manifestación de su condición de Rey-Mesías, no con el
aire triunfal de los vencedores, sino en son de paz, con la sencillez
del que viene a servir a su pueblo. La entrada de Jesús a Jerusalén y la
entrada de Jesús en nuestros pueblos es en sí misma una interrogante
sobre lo que significa su presencia y su misión en medio de nosotros:
¿Cómo estamos construyendo la paz? ¿A base de descalificaciones,
amenazas y venganzas? ¿Lo hacemos desde el interior, desde el servicio y
desde la recuperación del valor de la persona?
El Cristo de los Ramos y los Hosannas resulta
contradictorio y paradójico. Domingo de Ramos se nos presenta como un
día pleno de contrastes, luces y sombras, de un sabor agridulce. En un
momento se llenan nuestras calles con los gritos: “¡Viva Cristo Rey!,
¡Hosanna al Hijo de David!”, y momentos después resuenan en nuestras
iglesias las trágicas palabras de la Pasión, y se van sucediendo, paso a
paso, la entrega, el beso de la traición, la negación de Pedro, las
burlas y las aclamaciones irónicas de los soldados: “¡Viva el rey de los
Judíos!”, los gritos de “¡Crucifícalo!”, hasta la última exclamación en
la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, para que
Jesús dando un fuerte grito, expire. Es la dolorosa realidad que cada
día se hace presente en nuestras vidas. Por una parte se exalta al
hombre, se le alaba y por otra se le desprecia, se le tortura y se le
aniquila. Escuchamos la proclamación de los derechos humanos, la
exaltación al respeto y a la igualdad de la mujer, se defiende
apasionadamente a los niños y a los pobres, y los noticieros dan cuenta
de abusos, de drogas, de violaciones, de secuestros y de la trata de
personas. Es la pasión de Jesús vivida cada día en la persona de cada
hombre y cada mujer.
Realidad humana vivida por Jesús que toma el
rostro y el dolor de cada persona y que lo asume para rescatarlo, para
darle su verdadero significado, para llevarlo a la verdadera libertad,
más allá de las expectativas meramente humanas y económicas.
Acontecimientos vividos en aquel día, lo que pasó en esa semana, no es
historia del pasado, se trata de una especie de profecía y documentación
anticipada de todo lo que ocurre siempre en el mundo y en nuestra
historia. El escenario no tiene importancia. Todas las situaciones de
nuestra vida reflejan la pasión: siempre se encontrará en el centro a un
hombre, Cristo-hoy, víctima de la injusticia, de la soledad, de la
traición, de la indiferencia, de la ausencia de amor. Y siempre los
actores serán los mismos, quizás con alguna pequeña diferencia, el
Herodes que condena, Pilato lavándose las manos, el Pedro que niega al
amigo por temor al compromiso, la huida, el beso de la traición… la
muchedumbre que igual en un momento alaba y exalta y en otro, se burla,
condena e insulta. Alguna vez me comentaban los actores de la
representación que si no habría posibilidad de cambiar un poco los
papeles. Así esperaríamos encontrar a un Pilato que alguna vez no se
lave las manos o a un Herodes que realmente busque la justicia; a un
Pedro que no se escurra sino que diga con toda claridad: “Sí lo conozco,
es mi amigo”; a unos discípulos que venciendo sus miedos, no huyan
cobardemente sino que se queden firmes en la lucha contra la injusticia.
Y hoy tenemos la posibilidad de cambiar el guion… ¡con nuestra vida!
Domingo de Ramos, Semana Santa… es la historia de
Cristo encarnada en la humanidad, con la posibilidad de que nosotros
cambiemos las situaciones y nos unamos al Jesús, Hijo de David, en su
misión de paz y de amor. Claro que necesitamos cambiar las actitudes y
asumir los criterios de Jesús que se entrega, mientras los demás huyen;
que da la vida, mientras los otros toman las armas; que perdona,
mientras los demás se llenan de odio. La Semana Santa debe vivirse en
este clima del gran amor de Jesús, pero al mismo tiempo debe vivirse
como un fuerte reclamo ante las agresiones a la dignidad del hombre. No
podemos vivir una Semana Santa sin compromisos, sin atención al hermano.
Que cada una de las palabras de Jesús encuentre eco en nuestro corazón.
Este día y esta Semana Santa llenémonos del amor de Jesús, guardemos
sus palabras, sus actitudes y sus enseñanzas en nuestro corazón. ¿Habrá
tiempo para escuchar a Jesús? ¿Habrá tiempo para aceptar la
manifestación de su amor hacia nosotros? ¿Estaremos demasiado ocupados?
¿Lo dejaremos muriendo en soledad, en la cárcel, por el hambre y el
abandono? Semana santa: tiempo de Jesús y tiempo del hombre verdadero.
Padre Bueno que nos has dado como modelo a tu
Hijo, nuestro Salvador, hecho hombre, humillado hasta la muerte de cruz,
haz que participando vivamente en su Pasión, manifestemos y vivamos
nuestra fe en su Resurrección. Amén.