Anne-Marie Pelletier
Introducción
La hora ha llegado. El caminar de Jesús por los caminos polvorientos de Galilea y Judea al encuentro de los que sufren en su cuerpo y en su corazón, empujado por la urgencia de anunciar el Reino, ese caminar suyo termina hoy, aquí. En la colina del Gólgota. Hoy la cruz cierra el camino. Jesús no irá más allá. Imposible andar más allá.
La hora ha llegado. El caminar de Jesús por los caminos polvorientos de Galilea y Judea al encuentro de los que sufren en su cuerpo y en su corazón, empujado por la urgencia de anunciar el Reino, ese caminar suyo termina hoy, aquí. En la colina del Gólgota. Hoy la cruz cierra el camino. Jesús no irá más allá. Imposible andar más allá.
El amor de Dios alcanza aquí su medida más alta, sin medida. Hoy, el
amor del Padre, que quiere que todos los hombres se salven a través del
Hijo, llega hasta el extremo, allí donde nosotros no tenemos ya
palabras, donde estamos desorientados, donde la grandeza del plan de
Dios supera nuestra religiosidad.
En el Gólgota, en efecto, aunque parezca lo contrario, se trata
de vida. Y de gracia. Y de paz. Se trata, no del reino del mal que
conocemos demasiado bien, sino de la victoria del amor.
Y precisamente bajo esa cruz, se trata de nuestro mundo, con todas
sus caídas y dolores, sus demandas y sus rebeliones, todo lo que hoy
clama a Dios desde las tierras de miseria o de guerra, en las familias
desgarradas, en las cárceles, en las embarcaciones sobrecargadas de
emigrantes…
Tantas lágrimas, tanta miseria en el cáliz que el Hijo bebe por
nosotros. Tantas lágrimas, tanta miseria, que no se han de perder en el
océano del tiempo, sino que él las recoge para transfigurarlas con el
misterio de un amor que devora el mal.
El Gólgota tiene que ver con la fidelidad indestructible de Dios a la
humanidad. Lo que allí se cumple es un nacimiento. Debemos tener el
valor de decir que la alegría del Evangelio es la verdad de ese momento.
Si no llegamos a entender esa verdad, entonces quedaremos atrapados
en las redes del sufrimiento y de la muerte. Y la Pasión de Cristo no
dará fruto en nosotros.
Oración
Señor, nuestros ojos no tienen luz. Y, ¿cómo acompañarte hasta tan lejos?
«Misericordia» es tu nombre. Pero este nombre es una locura.
Que se rompan los odres viejos de nuestros corazones.
Sana nuestros ojos para que se llenen de luz con la buena noticia del Evangelio, cuando estemos al pie de la Cruz de tu Hijo.
Y así celebraremos «lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo» (Ef 3,18) del amor de Cristo, con el corazón consolado e iluminado.
Señor, nuestros ojos no tienen luz. Y, ¿cómo acompañarte hasta tan lejos?
«Misericordia» es tu nombre. Pero este nombre es una locura.
Que se rompan los odres viejos de nuestros corazones.
Sana nuestros ojos para que se llenen de luz con la buena noticia del Evangelio, cuando estemos al pie de la Cruz de tu Hijo.
Y así celebraremos «lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo» (Ef 3,18) del amor de Cristo, con el corazón consolado e iluminado.
Primera Estación: Jesús es condenado a muerte
Lectura del santo Evangelio según san Lucas
Cuando se hizo de día, se reunieron los ancianos del pueblo, con los jefes de los sacerdotes y los escribas; lo condujeron ante su Sanedrín (22,66).
Lectura del santo Evangelio según san Marcos
Y todos lo declararon reo de muerte. Algunos se pusieron a escupirlo y, tapándole la cara, lo abofeteaban y le decían: «Profetiza». Y los criados le daban bofetadas (14,64-65).
Cuando se hizo de día, se reunieron los ancianos del pueblo, con los jefes de los sacerdotes y los escribas; lo condujeron ante su Sanedrín (22,66).
Lectura del santo Evangelio según san Marcos
Y todos lo declararon reo de muerte. Algunos se pusieron a escupirlo y, tapándole la cara, lo abofeteaban y le decían: «Profetiza». Y los criados le daban bofetadas (14,64-65).
Meditación
No tuvieron que discutir mucho los miembros del Sanedrín para pronunciarse. Desde hacía ya mucho tiempo la causa estaba decidida. Jesús debe morir.
No tuvieron que discutir mucho los miembros del Sanedrín para pronunciarse. Desde hacía ya mucho tiempo la causa estaba decidida. Jesús debe morir.
Así pensaban ya aquellos que querían despeñarlo desde lo alto de la
colina, aquel día en que, en la sinagoga de Nazaret, Jesús había
desenrollado el libro proclamando en primera persona las palabras del
libro de Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha
ungido, […] para proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4,18.19).
Desde que curó al paralítico en la piscina de Betesda, inaugurando el
sábado de Dios que libera de toda esclavitud, las murmuraciones
homicidas se desataron contra él (cf. Jn 5,1-18).
Y en la última parte del camino, cuando subía hacia Jerusalén para la Pascua, el nudo de la soga se fue estrechando inexorablemente: no escaparía más a sus enemigos (cf. Jn 11,45-57).
Y en la última parte del camino, cuando subía hacia Jerusalén para la Pascua, el nudo de la soga se fue estrechando inexorablemente: no escaparía más a sus enemigos (cf. Jn 11,45-57).
Pero hemos de remontarnos más lejos en el recuerdo. Desde Belén,
desde el día de su nacimiento, Herodes había decretado su muerte. La
espada de los esbirros del rey usurpador exterminó a los niños de Belén.
En aquella ocasión, Jesús escapó a su furia. Pero sólo por un poco de
tiempo. Él ya no era más que una vida en suspenso. En el llanto de
Raquel por sus hijos, que ya no están, resuena, sollozando, la profecía
del dolor que Simeón anunciará a María (cf. Mt 2,16-18; Lc 2,34-35).
Oración
Señor Jesús, Hijo predilecto, que viniste a visitarnos caminando entre nosotros y haciendo el bien, devolviendo a la vida a los que habitaban en sombras de muerte, tú conoces nuestros corazones retorcidos.
Nosotros decimos que amamos el bien y queremos la vida. Pero somos pecadores y cómplices de la muerte.
Nos proclamamos discípulos tuyos, pero emprendemos caminos que se pierden lejos de tus designios, lejos de tu justicia y de tu misericordia.
No nos abandones a nuestra violencia. Que tu paciencia con nosotros no se agote. Líbranos del mal.
Señor Jesús, Hijo predilecto, que viniste a visitarnos caminando entre nosotros y haciendo el bien, devolviendo a la vida a los que habitaban en sombras de muerte, tú conoces nuestros corazones retorcidos.
Nosotros decimos que amamos el bien y queremos la vida. Pero somos pecadores y cómplices de la muerte.
Nos proclamamos discípulos tuyos, pero emprendemos caminos que se pierden lejos de tus designios, lejos de tu justicia y de tu misericordia.
No nos abandones a nuestra violencia. Que tu paciencia con nosotros no se agote. Líbranos del mal.
Pater Noster
«Pueblo mío, ¿qué te he hecho?, ¿en qué te he molestado? ¡Respóndeme!»
«Pueblo mío, ¿qué te he hecho?, ¿en qué te he molestado? ¡Respóndeme!»
Segunda Estación: Jesús es negado por Pedro
Lectura del santo Evangelio según san Lucas
Y pasada cosa de una hora, otro insistía diciendo: «Sin duda, este también estaba con él, porque es galileo». Pedro dijo: «Hombre, no sé de qué me hablas». Y enseguida, estando todavía él hablando, cantó un gallo. El Señor, volviéndose, le echó una mirada a Pedro, y Pedro se acordó de la palabra que el Señor le había dicho: «Antes de que cante hoy el gallo, me negarás tres veces». Y, saliendo afuera, lloró amargamente (22,59-62).
Y pasada cosa de una hora, otro insistía diciendo: «Sin duda, este también estaba con él, porque es galileo». Pedro dijo: «Hombre, no sé de qué me hablas». Y enseguida, estando todavía él hablando, cantó un gallo. El Señor, volviéndose, le echó una mirada a Pedro, y Pedro se acordó de la palabra que el Señor le había dicho: «Antes de que cante hoy el gallo, me negarás tres veces». Y, saliendo afuera, lloró amargamente (22,59-62).
Meditación
Alrededor de un fuego, en el patio del Sanedrín, Pedro y alguno más buscan calentarse en aquellas frías horas de la noche, atravesada por un febril ir y venir de gente. Dentro, la suerte de Jesús está a punto de decidirse en el cara a cara con sus acusadores. Pedirán su muerte.
Alrededor de un fuego, en el patio del Sanedrín, Pedro y alguno más buscan calentarse en aquellas frías horas de la noche, atravesada por un febril ir y venir de gente. Dentro, la suerte de Jesús está a punto de decidirse en el cara a cara con sus acusadores. Pedirán su muerte.
Como una marea que sube, la hostilidad va creciendo a su alrededor.
Con la misma rapidez con que arde la estopa, el odio crece y se
multiplica. Muy pronto una muchedumbre vociferante exigirá a Pilato la
gracia para Barrabás y la condena de Jesús.
Es difícil declararse amigo de un condenado a muerte sin sentirse estremecido por el miedo. La fidelidad intrépida de Pedro sucumbe ante las palabras recelosas de la sierva, la portera de la casa.
Es difícil declararse amigo de un condenado a muerte sin sentirse estremecido por el miedo. La fidelidad intrépida de Pedro sucumbe ante las palabras recelosas de la sierva, la portera de la casa.
Reconocerse discípulo del rabí galileo sería darle más importancia a
la fidelidad a Jesús que a la propia vida. Cuando se exige tener un
valor semejante, la verdad no encuentra fácilmente testigos… Los hombres
están hechos de tal manera que muchos prefieren la mentira a la verdad;
y Pedro pertenece a nuestra humanidad. Traiciona por tres veces.
Después se cruza con la mirada de Jesús. Y sus lágrimas caen amargas y
sin embargo dulces, como agua que lava la suciedad.
Muy pronto, después de algunos días, cerca de otro fuego, en la
orilla del lago, Pedro reconocerá a su Señor resucitado, que le confiará
el cuidado de sus ovejas. Pedro aprenderá el perdón sin medida que el
Resucitado proclama sobre todas nuestras traiciones. Y empezará a vivir
una fidelidad que, desde ese momento, le llevará a aceptar su propia
muerte como una ofrenda unida a la de Cristo.
Oración
Señor, Dios nuestro, tú has querido que fuera Pedro, el discípulo renegado y perdonado, el que recibiera el encargo de guiar a tu grey. Graba en nuestros corazones la confianza y la alegría de saber que, contigo, podemos atravesar los precipicios del miedo y la infidelidad.
Haz que, instruidos por Pedro, todos tus discípulos sean testigos de tu mirada sobre nuestras caídas. Que nunca nuestras resistencias y nuestras desesperaciones hagan que la Resurrección de tu Hijo sea en vano.
Señor, Dios nuestro, tú has querido que fuera Pedro, el discípulo renegado y perdonado, el que recibiera el encargo de guiar a tu grey. Graba en nuestros corazones la confianza y la alegría de saber que, contigo, podemos atravesar los precipicios del miedo y la infidelidad.
Haz que, instruidos por Pedro, todos tus discípulos sean testigos de tu mirada sobre nuestras caídas. Que nunca nuestras resistencias y nuestras desesperaciones hagan que la Resurrección de tu Hijo sea en vano.
Pater Noster
Cristo muerto por nuestros pecados,
Cristo resucitado para vida nuestra,
te rogamos, ten piedad de nosotros.
Cristo muerto por nuestros pecados,
Cristo resucitado para vida nuestra,
te rogamos, ten piedad de nosotros.
Tercera Estación: Jesús y Pilato
Lectura del santo Evangelio según san Marcos
Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes con los ancianos, los escribas y el Sanedrín en pleno, hicieron una reunión. Llevaron atado a Jesús y lo entregaron a Pilato. Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran (15,1.3.15).
Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes con los ancianos, los escribas y el Sanedrín en pleno, hicieron una reunión. Llevaron atado a Jesús y lo entregaron a Pilato. Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran (15,1.3.15).
Lectura del santo Evangelio según san Mateo
Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos ante la gente, diciendo: «Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!» (27,24).
Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos ante la gente, diciendo: «Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!» (27,24).
Lectura del libro del profeta Isaías
Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes (53,6).
Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes (53,6).
Meditación
La Roma de César Augusto, la nación civilizadora, cuyas legiones se proponen la misión de conquistar a los pueblos para llevarles los beneficios de su justo orden.
Roma, presente también en la Pasión de Jesús en la persona de Pilato, el representante del Emperador, el garante del derecho y de la justicia en tierra extranjera.
La Roma de César Augusto, la nación civilizadora, cuyas legiones se proponen la misión de conquistar a los pueblos para llevarles los beneficios de su justo orden.
Roma, presente también en la Pasión de Jesús en la persona de Pilato, el representante del Emperador, el garante del derecho y de la justicia en tierra extranjera.
Y, sin embargo, el mismo Pilato, que afirma no haber encontrado
ninguna culpa en Jesús, es el que ratifica su condena a muerte. En el
pretorio, donde Jesús es procesado, la verdad resplandece: la justicia
de los paganos no es superior a la del Sanedrín de los Judíos.
Verdaderamente este Justo, que extrañamente atrae sobre sí los
propósitos homicidas del corazón humano, reconcilia a judíos y paganos.
Pero lo lleva a cabo, por ahora, haciendo que los dos sean cómplices en
su muerte. Sin embargo, llega la hora, es más, está ya cerca, en que
este Justo los reconciliará de otro modo, por medio de la Cruz y de un
perdón que alcanzará a todos, judíos y paganos, los curará de sus
cobardías y los librará de su violencia.
La única condición para tener parte en este don será confesar la inocencia del único Inocente, el Cordero de Dios inmolado por el pecado del mundo; renunciar a la presunción que murmura dentro de nosotros: «Soy inocente de la sangre de este hombre»; declararse culpables, con la seguridad de que un amor infinito nos envuelve a todos, judíos y paganos, y de que Dios nos llama a todos a ser sus hijos.
La única condición para tener parte en este don será confesar la inocencia del único Inocente, el Cordero de Dios inmolado por el pecado del mundo; renunciar a la presunción que murmura dentro de nosotros: «Soy inocente de la sangre de este hombre»; declararse culpables, con la seguridad de que un amor infinito nos envuelve a todos, judíos y paganos, y de que Dios nos llama a todos a ser sus hijos.
Oración
Señor, Dios nuestro, ante Jesús entregado y condenado, no sabemos hacer otra cosa que disculparnos y acusar a los demás. Durante mucho tiempo los cristianos hemos cargado sobre tu pueblo Israel el peso de tu condena a muerte. Durante mucho tiempo hemos ignorado que todos debíamos reconocernos cómplices en el pecado, para poder ser salvados por la sangre de Jesús crucificado.
Señor, Dios nuestro, ante Jesús entregado y condenado, no sabemos hacer otra cosa que disculparnos y acusar a los demás. Durante mucho tiempo los cristianos hemos cargado sobre tu pueblo Israel el peso de tu condena a muerte. Durante mucho tiempo hemos ignorado que todos debíamos reconocernos cómplices en el pecado, para poder ser salvados por la sangre de Jesús crucificado.
Concédenos reconocer en tu Hijo al Inocente, el único de toda la
historia. Él, que ha aceptado hacerse «pecado en favor nuestro» (cf. 2
Co 5,21), para que por él tú pudieras encontrarnos de nuevo, humanidad
recreada en la inocencia con la que nos creaste, y en la que nos haces
hijos tuyos.
Pater Noster
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Cuarta estación: Jesús rey de la gloria
Lectura del santo Evangelio según san Marcos
Los soldados se lo llevaron al interior del palacio —al pretorio— y convocaron a toda la compañía. Lo visten de púrpura, le ponen una corona de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo: «¡Salve, rey de los judíos!» (15,16-18).
Los soldados se lo llevaron al interior del palacio —al pretorio— y convocaron a toda la compañía. Lo visten de púrpura, le ponen una corona de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo: «¡Salve, rey de los judíos!» (15,16-18).
Lectura del libro del profeta Isaías
Creció en su presencia como brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultaban los rostros, despreciado y desestimado. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado (53,2-4).
Creció en su presencia como brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultaban los rostros, despreciado y desestimado. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado (53,2-4).
Meditación
Banalidad del mal. Son innumerables los hombres, las mujeres, incluso los niños violentados, humillados, torturados, asesinados, por todas partes y en todas las épocas de la historia.
Sin refugiarse en su propia condición divina, Jesús se incluye en el terrible cortejo de los sufrimientos que el hombre inflige al hombre. Conoce el abandono de los humillados y de los más marginados.
Pero, ¿de qué nos sirve el sufrimiento de otro inocente más?
Aquel, que es uno como nosotros, es antes de nada el Hijo predilecto del Padre, que con su obediencia cumple toda justicia.
Banalidad del mal. Son innumerables los hombres, las mujeres, incluso los niños violentados, humillados, torturados, asesinados, por todas partes y en todas las épocas de la historia.
Sin refugiarse en su propia condición divina, Jesús se incluye en el terrible cortejo de los sufrimientos que el hombre inflige al hombre. Conoce el abandono de los humillados y de los más marginados.
Pero, ¿de qué nos sirve el sufrimiento de otro inocente más?
Aquel, que es uno como nosotros, es antes de nada el Hijo predilecto del Padre, que con su obediencia cumple toda justicia.
Y, de repente, todos los signos se invierten. Las palabras y los
gestos de burla de sus torturadores nos desvelan —oh absoluta paradoja—
una insondable verdad, la de la auténtica y única realeza, que se ha
manifestado como un amor que no quiere conocer nada más que la voluntad
del Padre y su deseo de que todos los hombres se salven. «Tú no quieres
sacrificios ni ofrendas, […]. Entonces yo digo: “Aquí estoy —como está
escrito en mi libro— para hacer tu voluntad”» (Sal 40,7-9).
Esta hora del Viernes Santo nos lo proclama: hay una sola gloria en
este mundo y en el otro, la de conocer y cumplir la voluntad del Padre.
Ninguno de nosotros puede ambicionar una dignidad más alta que la de ser
hijo en aquel que se ha hecho obediente por nosotros hasta la muerte en
cruz.
Oración
Señor, Dios nuestro, te pedimos que en este día santo en el que se cumple tu designio destruyas nuestros ídolos y los del mundo. Tú que conoces su poder sobre nuestras mentes y nuestros corazones.
Destruye nuestras falsas figuras del éxito y de la gloria.
Destruye las imágenes que siempre resurgen en nosotros de un Dios a medida de nuestros pensamientos, un Dios distante, tan alejado del rostro que se ha revelado en la alianza y que se manifiesta hoy en Jesús, más allá de cualquier previsión, por encima de toda esperanza. Él, que confesamos como el «reflejo de [tu] gloria» (Hb 1,3).
Haz que entremos en el gozo eterno, que nos hace aclamar a Jesús, revestido de púrpura y coronado de espinas, como el rey de la gloria que canta el salmo: «¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria» (24,9).
Señor, Dios nuestro, te pedimos que en este día santo en el que se cumple tu designio destruyas nuestros ídolos y los del mundo. Tú que conoces su poder sobre nuestras mentes y nuestros corazones.
Destruye nuestras falsas figuras del éxito y de la gloria.
Destruye las imágenes que siempre resurgen en nosotros de un Dios a medida de nuestros pensamientos, un Dios distante, tan alejado del rostro que se ha revelado en la alianza y que se manifiesta hoy en Jesús, más allá de cualquier previsión, por encima de toda esperanza. Él, que confesamos como el «reflejo de [tu] gloria» (Hb 1,3).
Haz que entremos en el gozo eterno, que nos hace aclamar a Jesús, revestido de púrpura y coronado de espinas, como el rey de la gloria que canta el salmo: «¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria» (24,9).
Pater Noster
¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria.
¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria.
Quinta estación: Jesús con la cruz a cuestas
Lectura del libro de las Lamentaciones
Vosotros, los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor como el dolor que me atormenta, con el que el Señor me afligió el día de su ardiente ira (1,12).
Vosotros, los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor como el dolor que me atormenta, con el que el Señor me afligió el día de su ardiente ira (1,12).
Salmo 146
Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob, el que espera en el Señor, su Dios […]. El Señor liberta a los cautivos, el Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan, […] el Señor guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la viuda (5.7-8.9).
Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob, el que espera en el Señor, su Dios […]. El Señor liberta a los cautivos, el Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan, […] el Señor guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la viuda (5.7-8.9).
Meditación
Por el áspero camino del Gólgota, Jesús no ha llevado la cruz como un trofeo. En nada se asemeja a los héroes de nuestra fantasía que triunfantes derriban a sus malvados enemigos.
Camina paso a paso, el cuerpo siempre más pesado y más lento. Siente su carne destrozada por el leño del suplicio, las piernas debilitadas bajo la carga.
Por el áspero camino del Gólgota, Jesús no ha llevado la cruz como un trofeo. En nada se asemeja a los héroes de nuestra fantasía que triunfantes derriban a sus malvados enemigos.
Camina paso a paso, el cuerpo siempre más pesado y más lento. Siente su carne destrozada por el leño del suplicio, las piernas debilitadas bajo la carga.
De generación en generación, la Iglesia ha meditado sobre esta vía llena de tropiezos y caídas.
Jesús cae, se levanta, vuelve a caer, retoma el agotador camino, probablemente bajo los golpes de los guardias que lo escoltan, porque así es como son tratados, maltratados, los condenados en este mundo.
Él, que levantó a los cuerpos postrados, que enderezó a la mujer encorvada, que arrancó del lecho de la muerte a la hija de Jairo y puso en pie a los afligidos, hoy está ahí, hundido en el polvo.
El Altísimo está en el suelo.
Fijemos la mirada en Jesús. A través de él, el Altísimo nos enseña que es, al mismo tiempo —increíblemente—, el más Humilde, dispuesto a descender hasta nosotros, incluso más abajo si fuera necesario, de modo que ninguno se pierda en los bajos fondos de su propia miseria.
Jesús cae, se levanta, vuelve a caer, retoma el agotador camino, probablemente bajo los golpes de los guardias que lo escoltan, porque así es como son tratados, maltratados, los condenados en este mundo.
Él, que levantó a los cuerpos postrados, que enderezó a la mujer encorvada, que arrancó del lecho de la muerte a la hija de Jairo y puso en pie a los afligidos, hoy está ahí, hundido en el polvo.
El Altísimo está en el suelo.
Fijemos la mirada en Jesús. A través de él, el Altísimo nos enseña que es, al mismo tiempo —increíblemente—, el más Humilde, dispuesto a descender hasta nosotros, incluso más abajo si fuera necesario, de modo que ninguno se pierda en los bajos fondos de su propia miseria.
Oración
Señor, Dios nuestro, tú desciendes a la profundidad de nuestra noche, sin poner límites a tu humillación, porque es allí que encuentras la tierra a menudo ingrata, y a veces devastada, de nuestra vida.
Señor, Dios nuestro, tú desciendes a la profundidad de nuestra noche, sin poner límites a tu humillación, porque es allí que encuentras la tierra a menudo ingrata, y a veces devastada, de nuestra vida.
Te suplicamos que ayudes a tu Iglesia para que sepa mostrar cómo el
Altísimo y el más Humilde son en ti un único rostro. Concédele que lleve
la buena noticia del Evangelio a todos los que tropiezan y caen, que no
hay caída que pueda apartarnos de tu misericordia; que no hay extravío
ni abismo suficientemente profundo en el que no puedas encontrar a quien
se ha perdido.
Pater Noster
He aquí que vengo para hacer tu voluntad.
He aquí que vengo para hacer tu voluntad.
Sexta estación: Jesús y Simón de Cirene
Lectura del santo Evangelio según san Lucas
Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús (23,26).
Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús (23,26).
Lectura del santo Evangelio según san Mateo
«Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?» (25,37-39).
«Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?» (25,37-39).
Meditación
Jesús tropieza por el camino, la espalda aplastada bajo el peso de la cruz. Pero es necesario continuar, caminar, seguir caminando, porque la meta del pelotón de soldados, que apremia a Jesús, es el Gólgota, el siniestro «lugar de la Calavera», fuera de los muros de la ciudad.
Jesús tropieza por el camino, la espalda aplastada bajo el peso de la cruz. Pero es necesario continuar, caminar, seguir caminando, porque la meta del pelotón de soldados, que apremia a Jesús, es el Gólgota, el siniestro «lugar de la Calavera», fuera de los muros de la ciudad.
En ese momento, pasa por ahí un hombre, de brazos fuertes. Parece
ajeno a lo ocurrido aquel día. Está volviendo a casa, sin saber lo que
le ha sucedido al «rabí» Jesús, cuando los guardias le ordenan que lleve
la cruz.
¿Qué sabría de aquel condenado que los guardias empujaban al
suplicio? ¿Qué conocería de aquel que «no parecía hombre» (52,14), como
el siervo desfigurado de Isaías?
Nada se nos dice de su sorpresa, de su posible rechazo inicial, del
sentimiento de compasión que lo invadió. El Evangelio sólo ha conservado
la memoria de su nombre, Simón, oriundo de Cirene. Pero el Evangelio ha
querido hacernos llegar el nombre de este libio y su humilde gesto de
ayuda para enseñarnos cómo Simón, aliviando el dolor de un condenado a
muerte, ha aliviado el dolor de Jesús, el Hijo de Dios, con el que se
cruzó en su camino, en esa condición de esclavo que había asumido por
nosotros, por él, por la salvación del mundo. Sin que él lo supiese.
Oración
Señor, Dios nuestro, tú nos revelaste en cada pobre que está desnudo, prisionero, sediento, tú nos visitas y que en él es a ti a quien acogemos, visitamos, vestimos, calmamos la sed: «Fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme» (Mt 25,35-36). Misterio de tu encuentro con nuestra humanidad. Así llegas a cada hombre. Ninguno está excluido de este encuentro, si acepta ser un hombre de compasión.
Señor, Dios nuestro, tú nos revelaste en cada pobre que está desnudo, prisionero, sediento, tú nos visitas y que en él es a ti a quien acogemos, visitamos, vestimos, calmamos la sed: «Fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme» (Mt 25,35-36). Misterio de tu encuentro con nuestra humanidad. Así llegas a cada hombre. Ninguno está excluido de este encuentro, si acepta ser un hombre de compasión.
Como una ofrenda santa, nosotros te presentamos todos los gestos de
bondad, de acogida, de dedicación que cada día se realizan en este
mundo. Dígnate reconocerlos como la verdad de nuestra humanidad, que
habla más fuerte que todos los gestos de rechazo y de odio. Dígnate
bendecir a los hombres y a las mujeres de compasión que te dan gloria,
aun cuando no saben todavía pronunciar tu nombre.
Pater Noster
Cristo muerto por nuestros pecados, Cristo resucitado para nuestra vida, Te rogamos, ten piedad de nosotros.
Cristo muerto por nuestros pecados, Cristo resucitado para nuestra vida, Te rogamos, ten piedad de nosotros.
Séptima estación: Jesús y las hijas de Jerusalén
Lectura del santo Evangelio según san Lucas
Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, […] porque, si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?» (23,27-28.31).
Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, […] porque, si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?» (23,27-28.31).
Meditación
El llanto que Jesús confía a las hijas de Jerusalén como un gesto de compasión, este llanto de las mujeres no falta nunca en este mundo.
Baja silenciosamente por las mejillas de las mujeres. Y, probablemente más a menudo, de forma invisible en su corazón, como las lágrimas de sangre de las que hablaba Catalina de Siena.
No es que las lágrimas correspondan de forma exclusiva a las mujeres, como si su destino en la historia fuese el de llorar, pasiva e impotentemente, mientras que son los hombres los que la escriben.
El llanto que Jesús confía a las hijas de Jerusalén como un gesto de compasión, este llanto de las mujeres no falta nunca en este mundo.
Baja silenciosamente por las mejillas de las mujeres. Y, probablemente más a menudo, de forma invisible en su corazón, como las lágrimas de sangre de las que hablaba Catalina de Siena.
No es que las lágrimas correspondan de forma exclusiva a las mujeres, como si su destino en la historia fuese el de llorar, pasiva e impotentemente, mientras que son los hombres los que la escriben.
En efecto, sus llantos son también, y sobre todo, aquellos que ellas
recogen lejos de toda mirada y de todo reconocimiento, en un mundo en el
que hay mucho que llorar. El llanto de los niños aterrorizados, de los
heridos en el campo de batalla que llaman a su madre, el llanto
solitario de los enfermos y moribundos en el umbral de lo desconocido.
El llanto de perdición que corre por el rostro de este mundo, que fue
creado en el primer día por lágrimas de alegría, mientras el hombre y la
mujer exultaban de júbilo.
Y también Etty Hillesum, mujer fuerte de Israel que se mantuvo en pie
en medio de la tempestad de la persecución nazi, y que defendió hasta
el fin la bondad de la vida, nos susurra al oído este secreto, que ella
intuye al final de su camino: en el rostro de Dios hay lágrimas que
consolar, cuando llora por la miseria de sus hijos. En el infierno que
invade el mundo, ella se atreve a orar a Dios: «Voy a tratar de
ayudarte», le dice. Qué audacia tan femenina y tan divina.
Oración
Señor, Dios nuestro, Dios de ternura y de piedad, Dios lleno de amor y fidelidad, enséñanos, en los días felices, a no despreciar las lágrimas de los pobres que claman a ti y que nos piden ayuda. Enséñanos a no pasar indiferentes junto a ellos. Enséñanos a tener el valor de llorar con ellos. Enséñanos también, en la noche de nuestros sufrimientos, de nuestras soledades, de nuestras desilusiones, a escuchar la palabra de gracia que tú nos revelaste en el monte: «Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados» (Mt 5,5).
Señor, Dios nuestro, Dios de ternura y de piedad, Dios lleno de amor y fidelidad, enséñanos, en los días felices, a no despreciar las lágrimas de los pobres que claman a ti y que nos piden ayuda. Enséñanos a no pasar indiferentes junto a ellos. Enséñanos a tener el valor de llorar con ellos. Enséñanos también, en la noche de nuestros sufrimientos, de nuestras soledades, de nuestras desilusiones, a escuchar la palabra de gracia que tú nos revelaste en el monte: «Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados» (Mt 5,5).
Pater Noster
Cristo muerto por nuestros pecados, Cristo Resucitado para vida nuestra,
te rogamos, ten piedad de nosotros
Cristo muerto por nuestros pecados, Cristo Resucitado para vida nuestra,
te rogamos, ten piedad de nosotros
Octava estación: Jesús es despojado de sus vestiduras
Lectura del santo Evangelio según san Juan
Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, tomaron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo (19,23).
Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, tomaron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo (19,23).
Lectura del libro de Job
«Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré a él» (1,21).
«Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré a él» (1,21).
Meditación
El cuerpo humillado de Jesús queda desnudo. Expuesto a las miradas de burla y desprecio. El cuerpo de Jesús plagado de heridas y destinado al suplicio extremo de la crucifixión. Humanamente, ¿qué otra cosa se puede hacer sino bajar los ojos para no aumentar su vergüenza?
El cuerpo humillado de Jesús queda desnudo. Expuesto a las miradas de burla y desprecio. El cuerpo de Jesús plagado de heridas y destinado al suplicio extremo de la crucifixión. Humanamente, ¿qué otra cosa se puede hacer sino bajar los ojos para no aumentar su vergüenza?
Pero el Espíritu nos ayuda en nuestra confusión. Nos enseña a
entender el lenguaje de Dios, el lenguaje de la kenosis, este
abajamiento de Dios para llegar hasta donde estamos nosotros. De este
lenguaje de Dios nos habla el teólogo ortodoxo Cristos Yanarás: «El
lenguaje de la kenosis: Jesús recién nacido, desnudo en el pesebre,
desnudo en el río mientras recibe el bautismo como un siervo, colgado en
el árbol de la cruz, desnudo, como un malhechor. Por medio de todo
esto, él ha manifestado su amor por nosotros».
Adentrándonos en este misterio de gracia, podemos volver a mirar el
cuerpo martirizado de Jesús. Entonces comenzamos a descubrir aquello que
nuestros ojos no pueden ver: su desnudez resplandece con aquella misma
luz que irradiaba su túnica en el momento de la Transfiguración.
Luz que aleja toda tiniebla. Luz irresistible del amor hasta el extremo.
Oración
Señor, Dios nuestro, ponemos ante tus ojos la inmensa multitud de hombres que sufren la tortura, la asombrosa muchedumbre de cuerpos maltratados, temblando de angustia ante la amenaza de los golpes, muriendo en barrios miserables.
Te suplicamos, recoge su gemido. El mal nos deja sin voz e indefensos.
Pero tú sabes hacer lo que nosotros no sabemos. Sabes encontrar una salida en el caos y en la oscuridad del mal. Sabes hacer que la vida de la resurrección brille ya en la pasión de tu Hijo amado. ¡Aumenta nuestra fe!
Señor, Dios nuestro, ponemos ante tus ojos la inmensa multitud de hombres que sufren la tortura, la asombrosa muchedumbre de cuerpos maltratados, temblando de angustia ante la amenaza de los golpes, muriendo en barrios miserables.
Te suplicamos, recoge su gemido. El mal nos deja sin voz e indefensos.
Pero tú sabes hacer lo que nosotros no sabemos. Sabes encontrar una salida en el caos y en la oscuridad del mal. Sabes hacer que la vida de la resurrección brille ya en la pasión de tu Hijo amado. ¡Aumenta nuestra fe!
Te presentamos también la locura de los torturadores y de los que les
mandan. También esta nos deja sin palabras… excepto para rezarte e
implorarte entre lágrimas con las palabras de la oración que nos
enseñaste: «Líbranos del mal».
Pater Noster
Cristo muerto por nuestros pecados, Cristo Resucitado para vida nuestra,
te rogamos, ten piedad de nosotros
Cristo muerto por nuestros pecados, Cristo Resucitado para vida nuestra,
te rogamos, ten piedad de nosotros
Novena estación: Jesús es crucificado
Lectura del santo Evangelio según san Lucas
Y cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (23,33-34).
Y cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (23,33-34).
Lectura del libro del Profeta Isaías
Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron (53,5).
Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron (53,5).
Meditación
En verdad, Dios está donde no debería estar.
El Hijo predilecto, el Santo de Dios, es ese cuerpo expuesto en una cruz de infamia, abandonado al deshonor, en medio de dos malhechores. Hombre de dolores ante quien se vuelve el rostro; a decir verdad, igual que se hace con tantos seres humanos desfigurados que encontramos por nuestras calles.
En verdad, Dios está donde no debería estar.
El Hijo predilecto, el Santo de Dios, es ese cuerpo expuesto en una cruz de infamia, abandonado al deshonor, en medio de dos malhechores. Hombre de dolores ante quien se vuelve el rostro; a decir verdad, igual que se hace con tantos seres humanos desfigurados que encontramos por nuestras calles.
El Verbo de Dios, por quien todo fue creado, ya no es más que carne
muda y sufriente. La crueldad de nuestra humanidad se ha cebado con él y
ha vencido. Sí, Dios está allí donde no debería estar, y sin embargo
necesitamos que esté allí.
Vino para compartir con nosotros su vida. «Tomad», dijo sin cesar mientras ofrecía la salud a los enfermos, su perdón a los corazones extraviados, su cuerpo en la cena pascual.
Vino para compartir con nosotros su vida. «Tomad», dijo sin cesar mientras ofrecía la salud a los enfermos, su perdón a los corazones extraviados, su cuerpo en la cena pascual.
Pero ha caído en nuestras manos, en territorio de muerte y de
violencia: la de cada día en el mundo, que nos deja atónitos; y la que
se insinúa dentro de cada uno de nosotros.
Lo sabían bien los monjes asesinados en Tibhirine, los cuales, a la oración «desármalos» añadían la petición «desármanos».
Era necesario que la dulzura de Dios visitase nuestro infierno, era el único modo de librarnos del mal.
Era necesario que Jesucristo trajese la infinita ternura de Dios al corazón del pecado del mundo.
Era necesario esto, para que la muerte, puesta ante la vida de Dios, se retirase y cayese, como un enemigo que encuentra un rival más fuerte que él y se dispersa en la nada.
Era necesario que la dulzura de Dios visitase nuestro infierno, era el único modo de librarnos del mal.
Era necesario que Jesucristo trajese la infinita ternura de Dios al corazón del pecado del mundo.
Era necesario esto, para que la muerte, puesta ante la vida de Dios, se retirase y cayese, como un enemigo que encuentra un rival más fuerte que él y se dispersa en la nada.
Oración
Señor, Dios nuestro, acoge nuestra alabanza silenciosa.
Como los reyes que se quedan sin palabras ante la obra del Siervo revelada por el profeta Isaías (cf. 52,15), nos quedamos estupefactos ante el cordero inmolado por nuestra vida y la del mundo, y confesamos que por tus llagas hemos sido curados. «¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando el nombre del Señor» (Sal 116,12.17).
Señor, Dios nuestro, acoge nuestra alabanza silenciosa.
Como los reyes que se quedan sin palabras ante la obra del Siervo revelada por el profeta Isaías (cf. 52,15), nos quedamos estupefactos ante el cordero inmolado por nuestra vida y la del mundo, y confesamos que por tus llagas hemos sido curados. «¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando el nombre del Señor» (Sal 116,12.17).
Pater Noster
Cristo muerto por nuestros pecados, Cristo Resucitado para vida nuestra,
te rogamos, ten piedad de nosotros.
Cristo muerto por nuestros pecados, Cristo Resucitado para vida nuestra,
te rogamos, ten piedad de nosotros.
Décima estación: Jesús en la cruz es humillado
Lectura del santo Evangelio según san Lucas
El pueblo estaba mirando, pero los magistrados le hacían muecas, diciendo: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido». Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos». Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros» (23,35-39).
«Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan». […] «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: […] (los ángeles) te sostendrán en sus manos» (4,3.9-11).
El pueblo estaba mirando, pero los magistrados le hacían muecas, diciendo: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido». Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos». Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros» (23,35-39).
«Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan». […] «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: […] (los ángeles) te sostendrán en sus manos» (4,3.9-11).
Meditación
¿No habría podido Jesús bajarse de la cruz? A duras penas nos atrevemos a hacernos esta pregunta. ¿Acaso el Evangelio no la pone en boca de los impíos?
Y sin embargo, ella nos persigue en la medida en que aún seguimos formando parte del mundo de la tentación a la que Jesús se enfrentó durante los cuarenta días en el desierto, preludio e inicio de su ministerio: «Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan, tírate desde la parte superior del templo, porque Dios cuida del que es su amigo». Pero en la medida en que bautizados en su muerte y resurrección seguimos a Jesucristo en su camino, el desafío del Maligno ya no tiene poder sobre nosotros, se reduce a nada, su mentira queda desenmascarada.
Es entonces cuando se descubre la importancia absoluta de aquel «era necesario» (Lc 24,26), que Jesús enseña con paciencia y ardor a los caminantes de Emaús.
«Era necesario» que Cristo entrara en esta obediencia y en esta impotencia, para llegar hasta nosotros en esa impotencia a la que nos ha llevado nuestra desobediencia.
Comenzamos así a comprender que «sólo el Dios que sufre puede salvarnos», como escribió el pastor Dietrich Bonhoeffer unos meses antes de morir asesinado, de tal manera que, experimentando en profundidad el poder del mal, pudo resumir en esta verdad, simple y vertiginosa, la profesión de fe cristiana.
¿No habría podido Jesús bajarse de la cruz? A duras penas nos atrevemos a hacernos esta pregunta. ¿Acaso el Evangelio no la pone en boca de los impíos?
Y sin embargo, ella nos persigue en la medida en que aún seguimos formando parte del mundo de la tentación a la que Jesús se enfrentó durante los cuarenta días en el desierto, preludio e inicio de su ministerio: «Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan, tírate desde la parte superior del templo, porque Dios cuida del que es su amigo». Pero en la medida en que bautizados en su muerte y resurrección seguimos a Jesucristo en su camino, el desafío del Maligno ya no tiene poder sobre nosotros, se reduce a nada, su mentira queda desenmascarada.
Es entonces cuando se descubre la importancia absoluta de aquel «era necesario» (Lc 24,26), que Jesús enseña con paciencia y ardor a los caminantes de Emaús.
«Era necesario» que Cristo entrara en esta obediencia y en esta impotencia, para llegar hasta nosotros en esa impotencia a la que nos ha llevado nuestra desobediencia.
Comenzamos así a comprender que «sólo el Dios que sufre puede salvarnos», como escribió el pastor Dietrich Bonhoeffer unos meses antes de morir asesinado, de tal manera que, experimentando en profundidad el poder del mal, pudo resumir en esta verdad, simple y vertiginosa, la profesión de fe cristiana.
Oración
Señor, Dios nuestro, ¿quién nos librará de las insidias del poder mundano? ¿Quién nos librará de la tiranía de la mentira, que nos lleva a enaltecer a los poderosos y buscar a la vez las falsas glorias?
Sólo tú puedes convertir nuestros corazones.
Sólo tú puedes hacernos amar los senderos de la humildad.
Sólo tú…, que nos revelas que la única victoria es la del amor y que todo lo demás no es más que paja que dispersa el viento, ilusión que desaparece frente a tu verdad.
Te rogamos, Señor, disipa las mentiras que pretenden reinar en nuestros corazones y en el mundo.
Haznos vivir según tus caminos, para que el mundo reconozca el poder de la Cruz.
Señor, Dios nuestro, ¿quién nos librará de las insidias del poder mundano? ¿Quién nos librará de la tiranía de la mentira, que nos lleva a enaltecer a los poderosos y buscar a la vez las falsas glorias?
Sólo tú puedes convertir nuestros corazones.
Sólo tú puedes hacernos amar los senderos de la humildad.
Sólo tú…, que nos revelas que la única victoria es la del amor y que todo lo demás no es más que paja que dispersa el viento, ilusión que desaparece frente a tu verdad.
Te rogamos, Señor, disipa las mentiras que pretenden reinar en nuestros corazones y en el mundo.
Haznos vivir según tus caminos, para que el mundo reconozca el poder de la Cruz.
Pater Noster
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Undécima estación: Jesús y su Madre
Lectura del santo Evangelio según San Juan
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio (19,25-27).
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio (19,25-27).
Meditación
También María ha llegado al final del camino. Ha llegado aquel día del que hablaba el anciano Simeón. Cuando tomó en sus brazos temblorosos al niño y su acción de gracias continuó con palabras misteriosas, que entrelazaban contemporáneamente drama y esperanza, dolor y salvación.
«Este —había dicho— ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones» (Lc 2,34-35).
También María ha llegado al final del camino. Ha llegado aquel día del que hablaba el anciano Simeón. Cuando tomó en sus brazos temblorosos al niño y su acción de gracias continuó con palabras misteriosas, que entrelazaban contemporáneamente drama y esperanza, dolor y salvación.
«Este —había dicho— ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones» (Lc 2,34-35).
Ya la visita del ángel había hecho resonar en su corazón un anuncio
increíble: Dios había escogido su vida para hacer florecer la novedad
prometida a Israel, que «ni el ojo vio, ni el oído oyó» (1 Co 2,9;
cf. Is 64,3). Y ella aceptó ese proyecto divino que comenzó a
transformar su cuerpo y, que más tarde, condujo por caminos
impredecibles al hijo nacido de sus entrañas.
En los días ocultos de Nazaret y luego también en el tiempo de la
vida pública, cuando llegó la exigencia de hacerle sitio a la
otra familia —la de los discípulos, esos desconocidos que Jesús decía
que eran sus hermanos, hermanas y madres—, ella conservó todas estas
cosas en su corazón, las confió a la gran paciencia de su fe.
Hoy es el tiempo del cumplimiento. La lanza que atraviesa el costado
del Hijo traspasa también su corazón. También María se sumerge en la
confianza sin apoyo, en la que Jesús vive totalmente su obediencia al
Padre.
De pie, ella no huye. Stabat Mater. En la oscuridad, pero convencida,
sabe que Dios cumple sus promesas. En la oscuridad, pero convencida,
sabe que Jesús es la promesa y su cumplimiento.
Oración
María, Madre de Dios y mujer de nuestra estirpe, tú que nos engendras maternalmente en aquel que has engendrado, sostén nuestra fe en las horas de oscuridad, enséñanos a esperar contra toda esperanza.
María, Madre de Dios y mujer de nuestra estirpe, tú que nos engendras maternalmente en aquel que has engendrado, sostén nuestra fe en las horas de oscuridad, enséñanos a esperar contra toda esperanza.
Haz que toda la Iglesia se mantenga en una espera fiel, a imagen de
tu fidelidad, humildemente dócil a los proyectos de Dios, que nos llevan
hacia donde no pensábamos ir; y que, más allá de toda expectativa, nos
asocian a la obra de la salvación.
Pater Noster
Salve, Regina, Mater Misericordiae; vita, dulcedo et spes nostra, salve.
Salve, Regina, Mater Misericordiae; vita, dulcedo et spes nostra, salve.
Duodécima estación: Jesús muere en la cruz
Lectura del santo Evangelio según san Juan
[Jesús] dijo: «Tengo sed». Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: «Está cumplido». E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu. […] Pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis (19,28-30.33-35).
[Jesús] dijo: «Tengo sed». Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: «Está cumplido». E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu. […] Pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis (19,28-30.33-35).
Meditación
Ahora todo está cumplido. La misión de Jesús está concluida. Vino desde el Padre para la misión de la misericordia. La cumplió con una fidelidad que lo llevó hasta el extremo del amor. Todo está cumplido. Jesús encomienda su espíritu en las manos de Padre.
Ahora todo está cumplido. La misión de Jesús está concluida. Vino desde el Padre para la misión de la misericordia. La cumplió con una fidelidad que lo llevó hasta el extremo del amor. Todo está cumplido. Jesús encomienda su espíritu en las manos de Padre.
Es verdad, aparentemente todo parece hundirse en el silencio de la
muerte que desciende sobre el Gólgota y las tres cruces levantadas. En
este día de la Pasión, que llega a su fin, quien pasa por ese camino
sólo puede ver la derrota de Jesús, el fracaso de una esperanza que
había alentado a muchos, consolado a los pobres, levantado a los
humillados, que hizo vislumbrar a los discípulos que había llegado el
tiempo en que Dios cumpliría las promesas anunciadas por los profetas.
Todo eso parecía perdido, destruido, derrumbado.
Sin embargo, en medio de tanta decepción, el evangelista Juan hace
que pongamos los ojos en un pequeño detalle, y se detiene en él con
solemnidad. Agua y sangre brotan del costado del crucificado. ¡Oh
maravilla! La herida abierta por la lanza del soldado hace que salga el
agua y la sangre que nos hablan de vida y de nacimiento.
El mensaje es extremadamente discreto, pero muy elocuente para los
corazones que tienen un poco de memoria. Del cuerpo de Jesús brota el
manantial que el profeta vio salir del templo. El manantial que crece y
se convierte en un río caudaloso, cuyas aguas sanan y fecundan todo lo
que tocan a su paso. ¿No había Jesús dicho un día que su cuerpo es el
nuevo templo? Y la «sangre de la alianza» acompaña el agua. ¿No había
Jesús hablado de su carne y su sangre como alimento para la vida eterna?
Oración
Señor Jesús, en estos días santos del misterio pascual renueva en nosotros el gozo de nuestro bautismo.
Señor Jesús, en estos días santos del misterio pascual renueva en nosotros el gozo de nuestro bautismo.
Al contemplar el agua y la sangre que brotan de tu costado, enséñanos
a reconocer en qué fuente se engendra nuestra vida, de qué caridad está
edificada tu Iglesia, para qué esperanza, que compartir con el mundo,
tú nos has elegido y enviado.
Aquí está la fuente de vida que lava todo el universo, que brota de
la herida de Cristo. Que nuestro bautismo sea para nosotros la única
gloria, con una acción de gracias llena de asombro.
Pater Noster
Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza,
el honor, la gloria y la alabanza por los siglos de los siglos.
Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza,
el honor, la gloria y la alabanza por los siglos de los siglos.
Decimotercera estación: Jesús es bajado de la cruz
Lectura del santo Evangelio según san Lucas
[José de Arimatea], bajándolo de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde nadie había sido puesto todavía (23,53).
[José de Arimatea], bajándolo de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde nadie había sido puesto todavía (23,53).
Meditación
Gestos de atención y de honor para el cuerpo profanado y humillado de Jesús. Algunos hombres y mujeres se encuentran al pie de la cruz. José, oriundo de Arimatea, hombre «bueno y justo» (Lc 23,50), que pide el cuerpo a Pilato, como refiere san Lucas; Nicodemo, aquel que fue a encontrar a Jesús de noche, añade san Juan; y algunas mujeres que, tenazmente fieles, observaban. La meditación de la Iglesia ha querido añadir a la Virgen María, que estaba ciertamente también presente en este momento.
Gestos de atención y de honor para el cuerpo profanado y humillado de Jesús. Algunos hombres y mujeres se encuentran al pie de la cruz. José, oriundo de Arimatea, hombre «bueno y justo» (Lc 23,50), que pide el cuerpo a Pilato, como refiere san Lucas; Nicodemo, aquel que fue a encontrar a Jesús de noche, añade san Juan; y algunas mujeres que, tenazmente fieles, observaban. La meditación de la Iglesia ha querido añadir a la Virgen María, que estaba ciertamente también presente en este momento.
María, Madre de piedad, que recibe en sus brazos el cuerpo nacido de
su carne y que ha acompañado tiernamente, discretamente durante sus años
de vida, como madre que siempre cuida de su hijo. Ahora es un cuerpo
inmenso el que ella recoge, a medida de su dolor, a medida de la nueva
creación que nace de la pasión del amor que ha atravesado el corazón del
hijo y de la madre.
En el gran silencio que se creó después del griterío de los soldados,
de las burlas de los que pasaban y del murmullo de la crucifixión, los
gestos son ahora de dulzura, una caricia de respeto. José baja el cuerpo
que se abandona entre sus brazos. Lo envuelve en una sábana, lo pone
dentro de un sepulcro completamente nuevo, que espera a su huésped, en
el jardín que está al lado.
Jesús ha sido arrancado de las manos de sus verdugos. Ahora, muerto,
se encuentra entre aquellas de la ternura y de la compasión. La
violencia de los hombres homicidas ha pasado. La dulzura ha vuelto al
lugar del suplicio.
Dulzura de Dios y de los suyos, esos corazones mansos a los que Jesús
promete un día que poseerán la tierra. Dulzura originaria de la
creación y del hombre a imagen de Dios. Dulzura del final, cuando toda
lágrima será enjugada, cuando el lobo habitará con el cordero, porque
está lleno el país del conocimiento del Señor (cf. Is 11, 6.9).
Canto a María
Oh María, no llores más: tu hijo, nuestro Señor, duerme en paz. Y su Padre, en la gloria, abre las puertas de la vida.
Oh María, alégrate: Jesús resucitado venció a la muerte.
Oh María, no llores más: tu hijo, nuestro Señor, duerme en paz. Y su Padre, en la gloria, abre las puertas de la vida.
Oh María, alégrate: Jesús resucitado venció a la muerte.
Pater Noster
En paz me acuesto y enseguida me duermo; me despierto y Tú me sostienes.
En paz me acuesto y enseguida me duermo; me despierto y Tú me sostienes.
Decimocuarta estación: Jesús en el sepulcro y las mujeres
Lectura del santo Evangelio según san Lucas
Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea lo siguieron, y vieron el sepulcro y cómo había sido colocado su cuerpo. Al regresar, prepararon aromas y mirra. Y el sábado descansaron de acuerdo con el precepto (23,55-56).
Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea lo siguieron, y vieron el sepulcro y cómo había sido colocado su cuerpo. Al regresar, prepararon aromas y mirra. Y el sábado descansaron de acuerdo con el precepto (23,55-56).
Meditación
Las mujeres se han marchado. Ya no está el que habían acompañado, caminando premurosas e incansables por los caminos de Galilea. En esta tarde, les deja únicamente por compañía el recuerdo de la visión del sepulcro y de la sábana donde ahora reposa. Pobre y precioso recuerdo de los intensos días pasados. Soledad y silencio. Por otra parte, se acerca el shabbat, que invita a Israel a concluir el trabajo, como también hizo Dios cuando completó la creación, llevándola a plenitud con su bendición.
Las mujeres se han marchado. Ya no está el que habían acompañado, caminando premurosas e incansables por los caminos de Galilea. En esta tarde, les deja únicamente por compañía el recuerdo de la visión del sepulcro y de la sábana donde ahora reposa. Pobre y precioso recuerdo de los intensos días pasados. Soledad y silencio. Por otra parte, se acerca el shabbat, que invita a Israel a concluir el trabajo, como también hizo Dios cuando completó la creación, llevándola a plenitud con su bendición.
Hoy se trata de otra plenitud; por ahora escondida e impenetrable.
Un Shabbat para quedarse hoy quietos con el corazón recogido y la memoria oscurecida por las lágrimas. Para preparar también los perfumes y los aromas con los que ellas mañana, al amanecer, rendirán el último tributo a su cuerpo.
Un Shabbat para quedarse hoy quietos con el corazón recogido y la memoria oscurecida por las lágrimas. Para preparar también los perfumes y los aromas con los que ellas mañana, al amanecer, rendirán el último tributo a su cuerpo.
Sin embargo, con este gesto, ¿se preparan solamente a embalsamar su
esperanza? ¿Y si Dios hubiera predispuesto una respuesta a su solicitud
que ellas no logran ni siquiera prever, imaginar, intuir? El
descubrimiento de una tumba vacía…, el anuncio de que él ya no está
allí, porque ha destruido las puertas de la muerte…
Oración
Señor, Dios nuestro, dígnate ver y bendecir todos los gestos de las mujeres que honran en este mundo la fragilidad del cuerpo humano, que ellas rodean de dulzura y de honor.
Señor, Dios nuestro, dígnate ver y bendecir todos los gestos de las mujeres que honran en este mundo la fragilidad del cuerpo humano, que ellas rodean de dulzura y de honor.
Y a nosotros, que te hemos acompañado en este camino de amor hasta el
final, dígnate protegernos, junto a las mujeres del Evangelio, en la
oración y en la espera que han sido colmadas con la resurrección de
Jesús, y que tu Iglesia se dispone a celebrar en el júbilo de la noche
pascual.
Pater Noster
A quien corresponden la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
A quien corresponden la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.